Esto sucedió en a Sala Arrebato del local de Rebel, juventudes de Liberagoza, antigua LCR (Liga Comunista Revolucionaria, de inspiración troskista y adheridos a la IV Internacional).
Entraba yo por la puerta y me puse en medio de la barra del bar. A mi izquierda, en un rincón cerca del equipo de música, estaban dos chicas jóvenes con un chico que vestía una chaqueta vaquera sin mangas en la que se podía leer una A, distintiva de Ateo y Anarquista.
Al otro lado de la barra, atendiendo a la gente, había un camarero jovencillo que estaba hablando continuamente de los neonazis, contando aventuras desagradables. Mientras, las chicas hablaban de Dios. Intuyo dos cosas: que el chico en cuestión estaba sintiendo miedo y que las chicas se referían a mí con el apelativo de Dios. En la otra esquina estaban unas chicas mayores que yo, con un senegalés al que conocía de la venta ambulante, que luego nos hicimos amigos y nos íbamos por ahí a bailar con mucho estilo.
Bueno, pues, una vez descrito el emplazamiento de la gente, paso a relatar la acción. El anarquista saltó la barra, le quitó el bate de béisbol que blandía el jovencillo camarero, haciéndole sangre en los labios y dirigiéndose a romper el surtidor de cerveza de un palazo. Como debía saber que con el apelativo de Dios se referían a mí las chicas, nada más entrar, y estaban con él, no se enfadó conmigo ni con ellas. Para él, como para mí, con Dios se referían al Capital, cuya representación en el bar era el grifo de cerveza. Hizo una lectura política del hecho, echándole la culpa al Capital. Yo, en medio de la violencia, ni corto ni perezoso, le dije que no pasaba nada, que se tranquilizara, no haciéndome nada con el palo, no me atacó, sino todo lo contrario, me miró y dejó el palo y se fue. Como yo estaba de acuerdo con la interpretación y la respuesta del muchacho, pensé que eso era lo que había que hacer, pero que es un delito contra la propiedad. Dudé en acompañarle por la calle para disuadirle de que entrara en otro bar, hiciera otra tropelía y le pegaran.
Pero, después de la violencia, mi actitud ante ella, lanzándome a hablarle con el riesgo de que me atacara también a mí; no se sabía hasta que punto era preso de la ira, salió de entre el grupo de mujeres, que estaban con un senegalés, como ya he dicho antes, una chica que me dijo literalmente: “ me gustan los de la ETA “. No sabía como había acertado, entendiéndolo también como partidario de la madre; que está siempre con las víctimas y que tiene una gran capacidad de sufrimiento, es decir, que me tragaba el que se refirieran a mí de manera velada. Todo esto lo comprendió la chica, con gran inteligencia, y dándose cuenta de que yo asumía la violencia como respuesta virtual, sin nombrarle en ningún momento a la policía o a la propiedad privada que había violado y transmitiéndole que no ocurría nada importante, que se calmara, dando a entender que lo que decían de mí las chicas que estaban con él no me afectaba. La chica, después de decirme que las jovencillas se habían quedado llorando, reaccionó con la misma interpretación que yo, sobre todo asumiendo la violencia, mostrando poco miedo por ella.
La chica en cuestión sabía que las chicas jóvenes se referían a mí con el apelativo de Dios. Entonces ella, mostrando su emancipación, se dirigió directamente a mí porque le gustaba. Nos vimos el sábado, con los amigos del bar donde bailamos. Los que se quedaron hasta el final de la música fuimos a casa de la chica a la que le gustaba, invitados por ella. Yo quería estar a solas con ella, cuyo nombre no recuerdo. Cuando dije que iba a hacer un porro, esa fue la señal para que se fueran todos y nos quedáramos a solas. Me dijo que tenía SIDA, pero a pesar de ello nos acostamos, porque según yo, el amor lo puede todo. Cuando avanzaba el reloj me dijo que me fuera porque iba a venir un chico que le había ayudado mucho e igual se enfadaba por mi presencia. A los pocos días, los encontré en el bar de la Pedregada, conociendo al chico de ella. Pero yo me emparanoyé cuando explicó que había repartido el pan para todos. Si lo piensas estaba explicando que se había acostado con los dos. Pero a raíz de la conversación que llevábamos ( les conté toda mi lucha política ), él me hizo señas de que me fuera con ella, que le gustaba como era yo.
El sábado nos vimos ella y yo, y le dije que el SIDA era la barrera de nuestra relación. Ella se angustió como yo no había visto y nos despedimos, más bien ella se fue destrozada. Así que se frustró mi relación por el riesgo que tomaba. Y sin más, se acabó toda mi aventura con una chica que me quería mucho, me agarraba del brazo como dos casados. Ella me dijo que era viuda y que le daba a la cocaína. No se pudo seguir con la relación, no se pudo hacer más.
Carlos Santos