Allá por la época del auge del capitalismo de libre cambio que sucedió en Inglaterra durante la etapa de la reina Victoria I hasta la Primera Guerra Mundial, la confianza en la ciencia era la más alta de la historia. La domina el paradigma del positivismo, heredero del empirismo, que imperaba en la ciencia desde el siglo XVIII con Hume a la cabeza.
El empirismo era la experimentación en la ciencia para llegar a lo verdadero. El empirismo llegó a ser sinónimo de verdad. Los iniciadores fueron el astrónomo y matemático Johannes Kepler y el físico Isaac Newton. El primero descubrió que una fuerza física guiaba el movimiento de los planetas a través de sus órbitas. Y el segundo le dio nombre a esa fuerza, que la calificó como la fuerza de la gravedad. Esta era la mecánica clásica, que coincide con el nacimiento y triunfo de la ciencia en el siglo XVII de las manos del racionalismo.
Con cálculos matemáticos se podía saber dónde estaría un planeta. Este sistema era reversible en el tiempo, pasado y futuro se confundían. Este modelo de fenómeno inauguraba la doctrina de la ciencia como tal. Un fenómeno para que fuera científico tenía que ser repetible y predecible. Todo lo que no se ajustaba a la definición era calificado de fenomenológico: hechos tan importantes como los sucesos, la innovación y la creatividad del tiempo, como luego se verá.
Así sólo un grupo reducido de procesos tenían acceso en la ciencia. Había un desprecio de lo complejo, que se le adjudicaba a las ciencias humanas, tales como la historia, la sociología o la economía, que tenían su propio paradigma. Había dos culturas: la científica propiamente dicha y las humanidades. Pero la verdadera causa de la división del saber era la concepción del tiempo para unos y para otros. Los científicos hacían desparecer el tiempo, mientras que para los
Humanistas el tiempo era una dimensión fundamental en su proceso de conocimiento. Así nacía la paradoja del tiempo para la ciencia, que negaba la existencia del tiempo. La historia de esta paradoja cuenta con tres episodios: su toma de conciencia a finales del siglo XIX, su replanteamiento en las últimas décadas y su resolución en los últimos años.
El ideal de la ciencia positivista era alcanzar la certidumbre, todo lo que se apartaba de esta premisa era fenomenología. Había algo así como una inflación de la ciencia y de lo científico que le hacía rechazar lo fenomenológico, según ella misma, claro. La ciencia de finales del XIX y principios del XX perseguía el descubrimiento de una ley general que unificase las anteriores. Varias veces pareció alcanzado el objetivo. La ciencia dominante despreciaba todo lo que no se ajustase a su canon, el empirismo y el método científico, como primera premisa la experimentación dentro de fenómenos repetibles y predecibles.
Era una época de creencia firme en el racionalismo científico que traería la opulencia al conjunto de la sociedad. En nuestros días vemos abrirse un abismo al que nos lleva una ciencia deshumanizadora , cuya causa es el mantenimiento del elemento teológico que conserva valores arruinados ya por la ciencia. El miedo verdadero se dirige al sacrilegio que realiza la ciencia, por su atentado a los valores de la moral religiosa, arruinados ya por la propia cultura científica como conocimiento objetivo. La confusión entre valores religiosos y el conocimiento objetivo científico es la autora de la deshumanización de la ciencia. Producto de un falso humanismo, cuyos valores son impuestos desde arriba. Mientras que los valores del conocimiento objetivo, o ética del conocimiento, el Hombre se los autoimpone como disciplina. Aquí nace un verdadero Humanismo, pues las instituciones y los valores epistemológicos están al servicio de su creador: el Hombre.
Estos valores teológicos son también el objetivo de las nuevas disciplinas: las mecánicas cuántica y relativista. Todos esperaban los cambios en la mecánica cuántica y relativista, pero paradójicamente han sucedido en la inesperada mecánica clásica. Este hecho es una muestra del camino imprevisible de la propia ciencia.
Por otra parte, de la ciencia se dice que representa la realidad, sobre todo de las matemáticas, que serían no sólo la representación sino la propia realidad, explicando la realidad físico-química. Pero no vemos el logaritmo de pi por la calle. Luego es una construcción del pensamiento distinta de la realidad. Pero luego, conservando dicha distinción, se podrían asociar en el discurso o la acción. Por otro camino, el pensamiento forma parte de la realidad, lo cual sería lo inverso a la anterior premisa. Con esta disociación, se respeta el mandato materialista de que la Naturaleza es objetiva. El postulado de objetividad pertenece a la tesis materialista de base, de que la realidad persiste al margen del pensamiento. Y también se le debe incluir en el método científico que postula que la Naturaleza es objetiva.
Además esta época de expansión no sólo de la ciencia, sino del imperialismo europeo, con su ideología científica del empirismo sabe del funcionamiento de los sistemas dinámicos estables gracias al mecanicismo, pero no de la formación, con la que hay que recurrir al espiritualismo, muy unido al positivismo como filosofía científica del momento. De ahí, el cientificismo, que sería como el científico que no entiende de filosofía o psicología, tenga que recurrir al espiritualismo más claro. La altivez del cientificismo, declarando qué es ciencia y qué no lo es, tiene que dejar su lugar al espiritualismo más aberrante. Tómese como ejemplo el concepto evolutivo de T. de Chardin, que introduce el principio antrópico del evolucionismo: la evolución ha ido hacia nosotros porque tenía que ir.
La solución de una tesis materialista de la ciencia es introducir en el mecanismo el deseo y en el deseo la producción. Sólo existe el Deseo y lo Social, y nada más.
El empirismo se ha confrontado con el innatismo de frente, y sin embargo hay proyectos que son innatos, forman parte de un programa genético, que se ha construido a lo largo de las experiencias de nuestros antepasados con un alto precio. A estas experimentaciones debemos todo nuestro bagaje biológico y cultural, escondidas en las estructuras innatas del Hombre. Así se complementan de manera intrincada el innatismo y el experimentalismo o empirismo. La adquisición del lenguaje está programada y todos los idiomas humanos apelan a la misma forma.
Así que los sistemas dinámicos estables a los que se dedicaba la ciencia y que constituían la propia ciencia y conocimiento son una reducida minoría, casos particulares. Por contra, los sistemas dinámicos inestables constituyen la mayoría de los casos, como pueden ser los sucesos, las probabilidades y la irreversibilidad. Explicando y fomentando la innovación y la creatividad.
Cada paradigma necesita un formulario matemático, y éste ya se ha realizado a partir de las matemáticas estadísticas y del operador de evolución. Se combinan los dos cálculos: el probabilístico en las bifurcaciones de un sistema inestable y el determinista en las transiciones funcionales en el mismo sistema dinámico inestable.
El cientificismo además se apoyaba solamente en dos flujos: la gravedad y el electromagnetismo. De ahí que se esperara el descubrimiento de una ley general y unificante de las demás en el programa de dicho cientificismo.
Como el cientificismo proyectaba el pensamiento en la realidad natural, se puede afirmar que su discurso era inauténtico. Sólo la ciencia del no equilibrio que incorpora en su trama los sucesos, con su inestabilidad, probabilidad e irreversibilidad, es decir con la incorporación del tiempo, que explica la naturaleza, la innovación y la creatividad tienen un discurso auténtico, a saber, consideran la disociación del pensamiento y la realidad, que respeta la objetividad de la Naturaleza, es decir, cumple la premisa de la Naturaleza objetiva, presenta un discurso auténtico. Sólo este planteamiento supera la soledad humana, que establece la alianza del Hombre con la Naturaleza descrita por él.
El concepto de ley de la Naturaleza tal y como surge del planteamiento cientificista debe ser modificado por una generalización de las leyes naturales incorporando las probabilidades y la irreversibilidad de la dinámica inestable.
El binomio positivismo-espiritualismo es debido a que los dos tienen el mismo paradigma, el elemento teológico, es decir, buscar en el concepto de ley de la naturaleza el pensamiento de Dios. El germen del elemento teológico estaba presente en los dos conceptos. La restricción del ámbito de la Ciencia hacía necesario tapar un aspecto del positivismo, como es su falta de explicación para la formación de los fenómenos. Tenía que llamar una ciencia hinchada de orgullo, que despreciaba el suceso, la innovación y la creatividad del tiempo, como era el cientificismo, al más palpable espiritualismo. Sólo la incorporación de las probabilidades y la irreversibilidad de los sistemas dinámicos inestables hacía inservible la presencia de Dios, como hipótesis no necesaria.
Así pues, la denuncia de la pertenencia esencial en la Naturaleza, que abre el abismo y la rotura de la vieja alianza que dejaba al Hombre solo, se convierte en la Nueva Alianza del Hombre con la Naturaleza descrita por Él.
Aún quedan cientificistas en la mal llamada ciencia por ellos. Son los que dicen que la barrera entre ciencia y filosofía o humanidades sigue en pie, y son los que no van a una charla por ser de filosofía de la ciencia. Se refugian en la senda que les lleva a la técnica de su especialidad. Se dan muchos casos en la acorralada psiquiatría idealista. Todo el ámbito de lo todavía desconocido sirve para esconderse y atribuir a Dios la respuesta. Me estoy refiriendo a casos como la conciencia, cuyo escondite por los creyentes espiritualistas durará hasta que la conciencia sea elucidada por una teoría científica y materialista, como les ha pasado sobre todo desde la aparición del racionalismo del siglo XVII, que inauguró la ciencia y en el XVIII la libre experimentación y observación. Ahora no se sabe cómo funciona la conciencia, pues bien, hasta que no se descubra servirá de refugio a los psiquiatras creyentes en la autoría de Dios. Son todavía los que dividen cerebro y cuerpo, sin saber que el cerebro es un órgano más encargado de realizar sus funciones, y el cuerpo está hecho antes que todo de energía: intensidades y potenciales eléctricos. Creen que el cerebro manda al cuerpo. Pero las emociones son materiales.
Las casualidades han sido tan altas en la evolución del hombre, que prácticamente lo hace irrepetible.
El cientificismo supone la infancia de la ciencia.
Lo espiritual es también material. La Ciencia está preparada para un nuevo impulso de la Humanidad, en el que la energía costará a precio de fuerza de la naturaleza, es decir, gratuita. Nos referimos a la fusión de dos átomos de hidrógeno para formar uno de helio, con la generación de un fotón. Así funciona el Sol. Para finalizar este exordio diré que el cientificismo está fuera del conocimiento objetivo en medio de un discurso inauténtico.
Carlos Santos.